dimarts, 25 de març del 2014

Obediencia ciega

“No sé si aguantaré mucho tiempo más, ni si nadie podrá leer mi historia. Lo cierto es que he rescatado este triste papel de la papelera y he encontrado las restas de un lápiz entre las mesas de un bar.
He vivido durante años en un país donde la política no desempeñaba un papel importante, la gente paseaba por las calles como marionetas programadas y los niños jugaban con palos. Pero desde hace unos años todo eso ha cambiado. La gente se esconde dentro de sus casas y los niños ya no tienen palos entre sus manos, ahora tienen consolas, ordenadores, tabletas, móviles etc. Ya nadie ríe ni llora, ya nadie se comunica oralmente, nadie tiene coraje de transmitir sus ideas. Todo el mundo calla, oye y ve. Aunque, como siempre, hay personas que se salen de la norma pero tales personajes son engañados y manipulados con distracciones baratas, como partidos de futbol, campañas de políticos que se apropian de las ideologías de la gente, aplicaciones para el móvil, canciones con letras sin sentido etc. Si con esto no es suficiente los jóvenes se interesan más por tener el último modelo d’iphone, por ir de compras tras las últimas modas que han impuesto unos señores, por modelar su cuerpo siguiendo un modelo impuesto por la sociedad…Les interesa más saber la vida de personajes vergonzosos, que no tienen estudios ni un coeficiente intelectual aceptable, que informarse sobre lo que está pasando a su alrededor. Viven sumisos a una sociedad corrupta, mientras ellos cumplen  a rajatabla las normas, los políticos juegan a recortar su futuro, su educación, su sanidad… Nadie es capaz de levantarse, salir a luchar, decir “BASTA, YA ESTOY HARTO”. Son como niños, mientras les des lo que quieren no dicen nada, solo hay que mantenerlos contentos pero cuidado, hay que darles lo que piden si tales exigencias no les hagan reflexionar sobre la sociedad.
Ayer mientras iba caminando hacía la universidad, vi pasar a un conjunto de señores con traje que miraban con desprecio las consecuencias de su trabajo, los pobres que habitaban en los cajeros, los que mendigaban, los que perdían su orgullo cuando buscaban entre los contenedores un trozo de comida para hacer callar su estomago hambriento. No pude contener mi rabia i me fui corriendo a un piso que tenía una organización clandestina. Me inscribí, solo quería luchar, reivindicar nuestros derechos, salir a la calle…
Pasó una hora, dos… y de repente se escucho un golpe, era la policía. Sin poder hacer nada nos ataron y nos amenazaron de muerte si de nuestras bocas saliera una palabra. Obedecimos.
Nos llevaron a un sitio frío y espeluznante. Lo primero que hicieron fue raparnos las cabezas, después con extrema violencia nos quitaron la ropa y nos hicieron poner unos monos anaranjados. Desconcertados, nos llevaron cada uno a una celda.
No me daban de comer, solo me interrogaban repetidas veces hasta que llegó un día que vaciaron mi cabeza, me quitaron mis ideas y sin darme cuenta me impusieron las suyas. Como un niño que se ha comportado mal, después de recibir mi castigo por desobedecer, me dejaron a la calle, justo delante de mi antiguo piso. No me atrevo a hablar. Solo espero que el tiempo me consume y me convierta en polvo, porque será entonces cuando sea libre.”